Naturaleza y Arquitectura: un tándem de por vida

“La arquitectura está ligada al emplazamiento y, en mi opinión, el lugar es como un vínculo metafísico y poético con aquello que un edificio puede llegar a ser”
Steven Holl, apud Dushkes, 2015:68.

Debido al repliegue de la actividad laboral a la vivienda, a causa de la pandemia COVID-19, por casi dos años, muchas personas se vieron en la necesidad de repensar y readecuar sus espacios domésticos para compaginarlos con su actividad laboral. En ese período, se hicieron evidentes algunas carencias en la vivienda, principalmente, la ausencia de espacios (terraza, balcón, patio, jardín) que permitieran un contacto con la naturaleza (cielo, aire, luz, vegetación), lo que revalorizó la importancia de éstos en el hogar y en el trabajo.

El regreso al lugar de trabajo de manera presencial, en algunos casos, significó perder esa relación directa o indirecta con la naturaleza. Por ello, resulta imperativo, la adecuación, el mejoramiento y/o el rediseño de los espacios de trabajo con el objetivo de diluir los límites entre interior y exterior para dejar entrar la naturaleza, lo que repercutirá en la productividad de las personas, y, en consecuencia, de las empresas.

Es inaplazable iniciar cambios en el entorno de trabajo, para dar lugar a actividades no orientadas a lo productivo: el juego, el descanso, la contemplación, el caminar, en definitiva, lugares para el cuidado, como menciona Izaskun Chinchilla, en su libro La Ciudad de los cuidados. Reflexionemos: ¿Por qué resulta tan difícil pensar en espacios para actividades “no productivas” en los lugares de trabajo, que favorezcan un buen estado físico, mental y emocional?

Es necesario abandonar el pensamiento mecanicista, anclado en el espacio de la oficina tradicional, un lugar anodino donde permanecer durante la jornada laboral. No siempre se requiere estar en la oficina para ser productivo, pero si la actividad que se realiza hace indispensable permanecer en ella, ésta debe estar vinculada directa o indirectamente con la naturaleza: presencia de diversas plantas al interior, contar con ventanas desde las cuales observar árboles, arbustos, flores, aves, y, que permitan la entrada de luz solar, aire, el sonido de los pájaros, etc. Todo esto repercute en la productividad.

Preguntémonos: “¿qué sucedería si un edificio se pareciera más a un nido? De ser así, estaría construido con los materiales que más abundaran en el lugar. Tendría una relación específica con el emplazamiento y el clima. Consumiría la energía mínima para mantener el confort. Duraría lo estrictamente necesario y luego desaparecería sin dejar rastro. Sería solo lo que necesitara ser” (Jeanne Gang, apud Dushkes, 2015: 81).

Existen ejemplos maravillosos a lo largo de la historia que materializan ese tándem entre arquitectura y naturaleza, expresando a través de este vínculo, una forma de vida. “Calificar un edificio de bonito, indica algo más que un mero gusto estético; implica una atracción por el estilo de vida particular que promueve su estructura mediante la cubierta, los picaportes, los marcos de las ventanas, las escaleras y el mobiliario. Sentir la belleza es una señal de que hemos encontrado la expresión material de algunas de nuestras ideas de lo que es una buena vida” (Botton, 2016: 72). Y esto se experimenta, cuando se tiene la fortuna de habitar/trabajar en espacios que cohabitan con la naturaleza.

Referencias
Botton de, Alain (2016). La arquitectura de la felicidad. Editorial Lumen, Barcelona.
Dushkes, Laura S. (Comp.) (2015). Palabra de arquitecto. Editorial Gustavo Gili, Barcelona.
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