La envidiable suerte del emprendedor: factores económicos, sociales, políticos y culturales como limitantes del emprendimiento

En estos tiempos en los que se ensalza como nunca antes la innovación, el no temer a los riesgos, el amor a los retos y la capacidad de reinvención, el perfil del emprendedor se ha erigido como la expresión más acabada de lo que se espera de una persona involucrada en el mundo de los negocios. Abundan los podcasts, videos, manuales, libros de difusión y hasta obras académicas que aconsejan a los neófitos cómo convertirse en un emprendedor exitoso. La fórmula se repite con relativa frecuencia. Se enuncian conceptos que, en el supuesto caso de aplicarse, convertirán al interesado en un mago del emprendimiento.

En el Observatorio Laboral, una página de internet del Gobierno de México, se enumeran las “cualidades” que debe tener un emprendedor. Se encuentran las mismas que leemos hasta la saciedad en todo tipo de publicaciones. Atributos como pasión, creatividad, liderazgo, paciencia, empatía, visión, se citan como elementos que otorgarán el éxito a quien los posee. Sorprende que no existe en dicha página el famoso disclaimer, máxime cuando se trata de información que proporciona un gobierno que dice tener una visión social y comprensiva de la realidad humana. La página comete el mismo error que las obras del área de negocios: pensar que el camino al emprendimiento se construye con una fórmula basada en conceptos infalibles.

La realidad es mucho más compleja de lo que nos quieren hacer creer los gurús del emprendimiento. Convencen a los incrédulos que asisten a sus seminarios y conferencias que la aplicación de fórmulas, en especial si son las que ellos mismos crearon, los transformará en grandes emprendedores. Sin embargo, aquellos discursos que garantizan el éxito en el mundo del emprendimiento se olvidan del peso decisivo que tienen los elementos económicos, políticos, culturales y sociales. El capitalismo, base de la filosofía del emprendimiento, no acontece en un tubo de ensayo en el que las reacciones químicas serán las esperadas al mezclar ciertas substancias y someterlas a determinados procesos. De nada sirven los decálogos hacia el éxito, las palmadas que estimulan la confianza en uno mismo, los métodos de autoayuda o las filosofías empresariales orientales ante el inmenso poder de lo imponderable, de lo inesperado, de lo accidental.

El emprendedor exitoso es en gran medida un producto de la suerte. Warren Buffett, en mi opinión el más grande empresario de todos los tiempos, ha declarado en numerosas ocasiones que él es, ante todo, un ser afortunado. Tuvo la fortuna de nacer en Estados Unidos, país con estabilidad socioeconómica; de recibir una buena educación, de haber crecido en un periodo de la historia en el que un animal salvaje no se lo comería, de no haber muerto en la infancia por una enfermedad. Finalmente, tuvo la suerte de haber aplicado su fórmula de emprendimiento en un entorno que le respondió positivamente. Por supuesto que un gran emprendedor debe mucho a su genialidad individual y dedicación, pero debe mucho más a las diversas circunstancias que lo rodean, que lo favorecieron y que no arruinaron sus estrategias de negocios.

Pensemos en los potenciales emprendedores venezolanos que siguieron al pie de la letra las fórmulas de éxito repetidas por los gurús del emprendimiento para, repentinamente, enfrentarse a la “revolución” de Hugo Chávez que arruinó la economía de su país. Imaginemos al emprendedor de Bangladesh a quien se le ocurre fundar una empresa de rickshaws de lujo para el transporte de personas. Basta un terrible tifón de aquéllos que devastan la región con cierta regularidad para destruir todo su esfuerzo. Conozco una empresa ucraniana de descargas de música, fundada por emprendedores universitarios. Contaba con un amplio catálogo de títulos, una plataforma muy amigable y bien diseñada. En el sacrosanto manual del emprendimiento ellos hacían todo bien hasta que al dictador Vladimir Putin se le ocurrió invadir Ucrania.

Elogiemos el buen olfato, la brillantez y la determinación de los emprendedores exitosos. No obstante, envidiemos, ante todo, su inmensa suerte en el mundo que los rodea.

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