Un paso tras otro: de la deshumanización a la macdonaldización de nuestro mundo.

Opinión

 

En sí, la reflexión en torno a la deshumanización de nuestro mundo y, sobre todo, en relación con nuestra forma de vivir como ser humano, incluyendo las específicas pautas de nuestra relación e interacción con nuestros congéneres, se ha venido desarrollando desde el siglo pasado, particularmente en los años posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial, acompañada regularmente desde aquel entonces por toda una serie de intentos de refundamentación y reestructuración del sistema de pensamiento y funcionamiento de la sociedad occidental a la par de propuestas apuntando al necesario, y puntualmente urgente, reemplazamiento del ser humano. El complejo y heterogéneo abanico de estas propuestas, ampliándose a lo largo de los años, incluye desde el naturismo o los modos de alimentación vegana o vegetariana, pasando por el movimiento hippie y la implementación de técnicas de meditación, hasta el cumplir con el desafío de un programa cero-basura o la compra de ropa fabricada de manera socialmente responsable y, de preferencia, con fibras orgánicas. Cabe subrayar que, en la mayor parte de los casos, son grupos minoritarios los que han manifestado su preocupación para que las cosas empiecen a cambiar mientras las instituciones siguen, dominantemente, haciéndose de la vista gorda sobre los riesgos a corto y mediano plazo —definitivamente, se nos acabó el largo plazo— tanto para nuestro entorno de vida como para nosotros mismos.

La alarmante situación en la que nos encontramos inmersa se debe, no solamente, a que gran parte de la población actual de nuestro mundo ha perdido todo tipo de conexión afectiva-efectiva con la naturaleza y los seres vivos que ahí moran —entendida esta última en el sentido más amplio del término—, sino también, a raíz de lo que el sociólogo norteamericano G. Ritzer ha llamado sin tapujos macdonaldización de nuestro sociedad (G. Ritzer) al considerar que los principios de administración implementados en un principio en un restaurante de comida rápida, McDonalds, se han esparcido y han ido contaminando cada vez más ámbitos de vida y trabajo de nuestras actuales sociedades occidentales. Así que, al preferir sobremanera, para llenar las arcas de un ávido sistema de economía capitalista, métodos de producción y administración de cualquier tipo de actividades, basados en la supuesta cientificidad de una amplia gama de recursos tecnológicos, lo humano y lo afectivo han sido desplazados y relegados como fuente de posibles errores, retrasos o simplemente interferencias. Definitivamente, en un mundo regido por la productividad y la eficiencia, no hay, efectivamente, tiempo que perder, aunque sea solamente para dudar de la pertinencia de lo que uno tiene que andar haciendo. Y si los cimientos de este sistema se fueron construyendo en la época llamada moderna, no ha de sorprender que su implementación y pervivencia hasta nuestros días hayan sido etiquetados ya sea como sobremodernidad (Augé, 1992), ya sea como hipermodernidad (Lipovetsk, 2004). Dicho en otros términos, parece todavía bastante difícil salir del pantano de los tiempos modernos.

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